Cultiva tu huerto

EL VIERNES se produjo un hecho insólito: hubo Consejo de Ministros, que llegaba tras la embestida de la EPA, y los portavoces del Gobierno, en vez de acogerse al triunfalismo que caracteriza a todos los políticos cuando hablan de su gestión o del futuro, dijeron por fin la verdad después de tantas maniobras de despiste. Esa inmisericorde sinceridad de médico que anuncia un cáncer terminal a su paciente es, aunque tardío, aire fresco del que me congratulo por más que haya apenado, con razón, a muchos y escandalizado a los mentirosos que durante tanto tiempo negaron la evidencia de la crisis, hicieron todo lo posible para atizarla esparciendo el contenido de las arcas públicas como quien reparte alpiste –¡a las mariscadas, a las mariscadas, por el triunfo de la hoz y el Martini!– y hablaron de brotes verdes referidos a lo que sólo es tierra quemada para los restos por los ocho años de inepcia del peor jefe de Gobierno de nuestra historia reciente. Ahora ya sabemos aquí, en el culo de Bruselas, en la pocilga de los pigs, algo de lo que en el resto de Europa no quieren enterarse. Eso llevamos ganado. La rueda de prensa del viernes es el timbre del despertador. ¡Espabilen, señores! ¡Dejen de lloriquear y de extender la mano! Terminó la ilusión. El euro es de hojalata. El Tercer Mundo se ha trasladado a Europa. La Merkel va tan desnuda como el rey de la fábula. ¿Por qué, de algún tiempo a esta parte, la popularidad de los gobernantes electos en el orbe occidental –de izquierdas o de derechas… Da lo mismo– se desmorona en menos tiempo del que tarda una pompa de jabón o de jamón en estallar? ¿Por qué todos, sin excepción alguna, incumplen las promesas alegremente formuladas cuando veían los toros desde la barrera? ¿No será que al pisar el ruedo y asomar el miura cobran conciencia de que la solución no existe mientras sobreviva ese delirio del sueño de la razón al que llaman estado de bienestar? Keynes, su inventor, es uno de los grandes malhechores de la historia. Los hombres, hasta que él apareció, ganaban el pan con el sudor de su frente y no, como ahora, con el de la frente ajena. Pongamos fin de una vez por todas a ese disparate inmoral e insostenible y marchemos francamente, como lo hacen otros en remotas tierras orientales, por la senda del estado de responsabilidad en el que cada labrador cultiva su huerto sin robar el agua al del vecino.